sábado, 7 de junio de 2008

La Bestia


7.6.2008 - 15:15
Bar Vía Venetto – Córdoba Capital
Café Ristretto Con Hambre.
Suena: fútbol en radio AM

Ni bien posó su mirada lo supo, el daño estaba hecho. Ese andamiaje de cosas era inútil en verdad para sus sueños. El daño estaba hecho. Soñó siempre que era feliz en un túmulo de verdades establecidas a fuegos mayores. Lo supo entonces: el fuego seca la sangre y la hace piel muerta. Pero la piel, fina cáscara dorada, escondía en sí la vida del animal, el órgano superior que nunca existía totalmente.

Ese día notó que el café no sabía igual y que todas las cosas eran en sí las mismas y distintas a la vez. Quizá pensó en detener todo (de hecho lo pensó) y se sintió tan claro, tan fuera de sí, tan desconectado. No había lugar en el sentir para todo el pensar, sólo una vaga sensación de dominio que se extendía por principio, al momento pasado.

Supo que el mal estaba hecho, había sido flechado por Apolo sin notarlo; tal vez lo habría soñado pero la flecha, hundida en su carne, vibraba con la violencia de un animal salvaje. Sentía la enfermedad corriendo por todo el cuerpo mientras se entregaba sin opción, al lastimero devenir.

Ese día no fue a trabajar, omitió cumplir con el rol mecánico habitual para sumergirse en su sillón de Estigia con la mirada descolocada al techo, tratando de captar cada cambio aunque se percibiera de manera inalcanzable. Esa omisión, que habría ocurrido sólo unas pocas veces en tiempos lejanos, le había causado gozo: sentía un fluir de libertad (esclavitud) en el que podía nadar, aplacando las heridas del fuego y de la carne, sintiendo alivio a sus pesares.

Observó entonces aquella flecha que inutilizaba el fuego y le envenenaba la sangre. ¿Qué habría de distinto esta vez? ¿Se trataba acaso de un cambio de principios, un cambio de … - ¡Riiing…! – sonaba ese maldito teléfono. Atendió; surgió del otro lado de la línea una voz demandante, he allí la mujer, claro símbolo de liberación que controlaba al reo. Él, impuro, él, sádico, él, holgazán, él, principio poderoso y negativo de toda vida digna y occidental, que atentaba vilmente contra el orden y la moral. Por supuesto, se sentía mal, gran principio de maldad. Y básicamente, no le importaba que ella, principio de pureza, virtud, belleza y dominación, le dijese todo eso. Algo en su entidad-ser le decía sin reparo que el daño estaba hecho; ¿qué podía hacer a esas horas de la mañana? ¿llegar tarde? No hay donde llegar. – Sí, sí, mañana hablaremos – balbuceaba sosteniendo la flecha que punzaba más fuerte.

Ella, principio, génesis de toda gama de sentires, inicio de la vida; de repente se hizo falsedad, principio del dolor. Giró sobre sí y tiró del cable de aquél aparato infernal, perdiéndose la voz en un abismo de silencio y alejando de él el sadismo. Sintió un gozo superior, sonreía sin saberlo mientras un rayo de sol tibio daba de lleno en sus piernas. Percibió el calor subiendo por todo el cuerpo con un aire enrarecido, no el de antes (seguro) si no otro distinto que llenaba de vida el cuerpo lacerado.

Volvió a su posición originaria y cerrando los ojos, se dejó portar por todas aquellas sensaciones a la vez. Era el mar sereno y cálido, una paz a base de gran movimiento que se anulaba a sí mismo. Él y el mar de sentires y pensares se enlazaban en la búsqueda de la pureza que deviniera verdad absoluta, principio y fin, en sí y para sí, conformándolo, poseyéndolo, construyéndolo y demoliéndolo a la vez.

La herida volvía a sangrar con más fuerza; la sal de ese mar calaba profundo y podía sentirla haciéndose con él una misma cosa. No dolía, era ya una cosquilla que iba y venía, una electricidad constante que le agitaba la respiración mientras el mar se teñía de púrpura. Supo que el mal estaba hecho, no había flecha, ni fuego, ni herida, ni mar; ni siquiera él estaba ya allí. Se había ido lejos dejando su cuerpo herido viéndolo a la distancia. No sentía, hubo una plenitud y saturación: ya no estaba en él y no podía regresar. El veneno era efectivo y había logrado su propósito: desangrar a la bestia sedentaria, metódica y rastrera destruyéndola para siempre.

Se vio a lo lejos, tragando miles de mentiras prístinamente elaboradas. Se sintió bien, su mente se aclaró, sus ideas eran plenamente suyas por derecho. Había destruido a la bestia. Mañana… no es importante.