jueves, 14 de junio de 2012

Lanzarse... ¿por qué no?



Lanzarse sí, ¿por qué no? Si igual ya estamos lanzados. Eso inquieta, sí. Aprieta también, es parte del todo; silencios y sonidos. Será que te observo pastel de rosa fresca de pétalos abiertos al sol. Ya están pasadas las alegorías florales, las evocaciones a los ojos, a las sonrisas… los que no están pasados son tus ojos, tus sonrisas, tu delicadeza de flor tierna.
Llegaste como llegan los camalotes: bajando con la corriente del río. Casi no hubo tiempo de nada, sólo cazarte con las manos para detener esa corriente que devenía en el fluir del agua. Ese río se congeló por completo en ese instante. Se detuvo quizás para observarnos en ese reconocimiento mutuo que nos hizo sustrato y elemento, naturaleza y construcción humana. Todo sobre palabras, castillos de cartas que se van encimando… ¡Ah! Pero tus ojos… cien veces no debo, no debo apelar a ellos. Sí, debo huir de esas metáforas, huir al verde donde vuela la naturaleza donde las abejas, tan por mí repudiadas, van hacia ti, panal de miel colmado que nunca te vacías. No importa cuánto a ti vayan mis súbditas, tú sólo sabes llenarte de esa miel tan tuya.
O, por qué no, ir hacia la bebida más decente, el vino que es nuestro exitador, nuestra obvia referencia a la lujuria pasional en la que te abres para recibirme, en la que me esfuerzo por para llegarte, estar a tu altura.
Deliciosos son tus gemidos cuando vienen a mí solapados como pequeños gritos de auxilio, como jadeando un pedido más, acaso un poco más. Lo delicioso es tu goce mismo, sentir que el viaje sube interminablemente desde la punta de mi lengua hasta la punta de tus pies que tiemblan, trémulos ambos hasta que todo explote en mil espejos de colores.
Se detuvo el río, sí, para cazar este camalote. Posiblemente porque el río mismo no pudo entender cómo es que la magia ocurre, cómo es que de dos sale uno y de nosotros:
Vos que soy yo.

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