Lanzarse sí, ¿por qué no? Si igual ya estamos
lanzados. Eso inquieta, sí. Aprieta también, es parte del todo; silencios y
sonidos. Será que te observo pastel de rosa fresca de pétalos abiertos al sol.
Ya están pasadas las alegorías florales, las evocaciones a los ojos, a las
sonrisas… los que no están pasados son tus ojos, tus sonrisas, tu delicadeza de
flor tierna.
Llegaste como llegan los camalotes: bajando con
la corriente del río. Casi no hubo tiempo de nada, sólo cazarte con las manos
para detener esa corriente que devenía en el fluir del agua. Ese río se congeló
por completo en ese instante. Se detuvo quizás para observarnos en ese
reconocimiento mutuo que nos hizo sustrato y elemento, naturaleza y
construcción humana. Todo sobre palabras, castillos de cartas que se van
encimando… ¡Ah! Pero tus ojos… cien veces no debo, no debo apelar a ellos. Sí,
debo huir de esas metáforas, huir al verde donde vuela la naturaleza donde las
abejas, tan por mí repudiadas, van hacia ti, panal de miel colmado que nunca te
vacías. No importa cuánto a ti vayan mis súbditas, tú sólo sabes llenarte de
esa miel tan tuya.
O, por qué no, ir hacia la bebida más decente,
el vino que es nuestro exitador, nuestra obvia referencia a la lujuria pasional
en la que te abres para recibirme, en la que me esfuerzo por para llegarte,
estar a tu altura.
Deliciosos son tus gemidos cuando vienen a mí
solapados como pequeños gritos de auxilio, como jadeando un pedido más, acaso
un poco más. Lo delicioso es tu goce mismo, sentir que el viaje sube
interminablemente desde la punta de mi lengua hasta la punta de tus pies que
tiemblan, trémulos ambos hasta que todo explote en mil espejos de colores.
Se detuvo el río, sí, para cazar este camalote.
Posiblemente porque el río mismo no pudo entender cómo es que la magia ocurre,
cómo es que de dos sale uno y de nosotros:
Vos que soy yo.
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