sábado, 7 de abril de 2012

El Jardín de tu Mente

 Nuevo Pueblo Belgrano
Hora: Incierta
Suena: Alfredo Zitarrosa, Adele, Walk Off The Earth
AL
Estaré en este cuarto. Aquí todo es cálido aún cuando los pisos son cerámicos rústicos, la luz del sol entra por dos grandes ventanales que dan a un jardín. A mi alrededor tengo el mobiliario que conforma mi estancia: una silla de estilo, con sus correspondientes apoyabrazos acolchados y afelpados, un dressoir con un espejo tan antiguo que puedo verme en el futuro, hay una cama excesivamente grande, con los apoyos todos torneados y grabados, una cortina de seda cubre la cama como si fuera la morada de un rey (tal vez lo era), las mesas a los costados de la cama son de roble oscuro grabados de estilo barroco y un escritorio bajo una ventana del mismo estilo.
Estoy cómodo recostado observando la claridad a través de los cristales que dejan filtrar la luz del Sol tibio de otoño, afuera… afuera está por venir. Dejo volar la mente hacia el albo cielo raso respirando la pureza del aire de campiña. No sé si lo pensé pero el otoño y la primavera están entre mis estaciones preferidas para ser. Tenga que ver con el principio del fin o el fin del principio. Lo importante es que el Sol aún está allí hasta tarde. Día tan especial en esta fortaleza franco-borgoñona por la que han pasado los combates en cien años, figuras, seres, ideas, palabras y por qué no, sangre también.
Incorporándome ya vestido de noble-sangre-azul, doy unos pasos hacia el ventanal abriéndolo e ingresando en el balcón. A poca distancia el verde oscuro de los árboles que comienzan a dejar sus vestidos de hojas, contrastan con la gramilla verde claro y los ocres de las hojas ya caídas. El fondo de montañas nevadas es mi delicia matinal pensaba mientras del dressoir sacaba la botella de whisky aprontándolo en el vaso y volviendo al balaustre para apoyarme a contemplar. Algún cervatillo que cruza, hombres que van y vienen. Desde aquí la vista es hermosa. Saltando la balaustrada que estaba a poca altura del piso me adentré en el jardín. Me quité los zapatos, sintiendo la suavidad de la hierba bajo mis pies. El aire es perfecto y puro, no puedo evitar llenarme de él.
Había atravesado las ventanas que dan a tu jardín y lo contemplaba. Allí un perro que husmeaba tras los arbustos y me decidí a seguirlo a paso vivo. Está lleno de lapachos florecidos de un amarillo perfecto, jazmines y tulipanes. La alfombrada tierra me recibe hasta un claro: hay niños jugando, vos de pequeña con tu otro yo, tu alter-ego en vida, sonriendo, corriendo de un lado al otro casi indiferenciables una de la otra. Niñas tiernas que juegan, pelean, encaprichan y rabian, y sin embargo todo es sueño y fantasía. El perro, que se había detenido a observar el parque de juegos improvisado, volvió a emprender la marcha.
Un ruido de cuerdas se hizo patente y al mirar entre los árboles sobre una rama sentado el bardo estaba cantándole a su rey, cantándole a su Dios, a su vida de bardo con mandolina adornada de nácar e incrustaciones de colores. El perro se sentó a escuchar, moviendo la cola y así lo hice yo, dejándome transportar por las historias de la música que brotaba de ese árbol. Hasta que se hizo presente un silencio y al retomar la mirada hacia el bardo, aquél ya no estaba; yo me había quedado dormido, arrullado por la melodía; mi guía permanecía conmigo pero también estaba despertando y preparándose para seguir el camino.
Más allá, hacia el Este, que es de donde proviene toda la vida, un granero se erigía. Tuve curiosidad y me asomé a ver qué había dentro. Un montón de niños de blanco frente a una señora de blanco. Simples trámites de la vida. El can daba vueltas y vueltas como queriendo decirme que no me detuviera allí aún cuando las dos niñas que había visto antes estaban ahí, tan distintas tan iguales. Hasta que empezó a mordisquearme la botamanga del pantalón para que siguiéramos nuestro camino hacia el próximo claro en el bosque.
Allí, una pareja de adolescentes, sentados en un tronco caído, practicaban el amor como se puede hacer, lleno de besos, él no tan interesado, ella no tan contenta. Parecían desearse; mi guía se recostó allí como significando que debía observar y así lo hice. Ella pelirroja, bien formada, él morocho, un poco desgarbado: el negro le sentaba mal. Se desnudaron en la naturaleza y fornicaron hasta el cansancio, ella sin inmutarse, él sin saber muy bien cómo reaccionar. Después de los jadeos, él se fue, dejándola sola en aquél claro con la cabeza escondida entre los colorados cabellos, recogida como un infante acostado aunque con una ronca sonrisa de realización, vaya a saber por qué. Estaba ya hastiado de esa situación cuando decidí continuar caminando, el guía que se había quedado me miraba irme como pensando si quedarse o irse, hasta que se lanzó a la carrera a encontrarme.
Los acordes de la guitarra que empezó a sonar en ese momento tal vez Maná o Sui Géneris me despertaron del sopor en el que estaba sumido y la tarde empezó a hacerse patente en el Sol que iba menguando sus rayos. Por ese entonces había encontrado ya otro edificio, bastante distinto al resto como moderno. Por la ventana había personas reunidas en convite y no pude evitar mi admiración al ver que también estaba allí con todos los anteriores, riendo, bebiendo y fumando eternamente. Traté de oír aquellas risas que se filtraban por la ventana sin más éxito que quien trata de escuchar a través de un adoquín.
-Es tiempo de volver- me dije y emprendí el retorno con mi perro, hecho propio ya a esa altura, desandando lo andado y llegando al balaustre que me vio saltar unas horas antes. Ya en el cuarto, tomé un papel y un lápiz y escribí ‘como dijo Alfredo en De Pájaros y Almas, “y anduvo por caminos en los que nunca pudo confirmar aquél amor”’. Me recosté sobre la cama del Rey y me dejé sentir alma perdiéndome en el fondo de aquél sueño en el que nunca pude confirmar… aquél amor.